Semana Santa es buen momento para salir con más calma, sin prisas ni reloj, y también para seguir nutriendo este blog, que como bien saben, no se alimenta solo. Esta vez, mi esposa y yo decidimos visitar el restaurante Ram Luna, en Aserrí, un lugar que muchas personas en Costa Rica ubican por nombre, pero que no todo el mundo ha visitado. Está en lo alto, camino a Tarbaca, y tiene casi 60 años de historia. Eso ya dice algo.
La visita fue un sábado al mediodía. El clima de abril cooperó: cielo nublado sin lluvia, unos 24 grados de temperatura y la brisa clásica que se agradece cuando uno va ganando altura rumbo al sur. Desde el inicio sabíamos que una de las grandes razones para venir es la vista, y no decepcionó.
Desde Ram Luna se puede ver el Valle Central casi en su totalidad: San José, Heredia, Tres Ríos y mucho más, todo desplegado frente a uno como una postal en vivo.
Al llegar, nos sorprendió que el restaurante no estuviera lleno, lo cual fue una suerte. El interior se siente como una cápsula del tiempo. No porque el lugar esté descuidado, sino porque todo lo que hay ahí habla del pasado: refrigeradoras de otra época, televisores de perilla, mascaradas, maquetas de barcos, muebles de madera, fotografías en blanco y negro. No hace falta que alguien te diga que el lugar abrió en 1967; las paredes lo gritan con orgullo.
Hay retratos de los fundadores, don Gilber y doña Moraima Ramírez, y también fotos familiares, recortes de periódico, imágenes de expresidentes y hasta recuerdos de la pasión de doña Moraima por el tenis.
Nos ubicaron en una mesa junto a una ventana con vista directa. Ahí sentarse ya es parte del menú. Incluso antes de pedir, uno ya sabe que, con solo mirar hacia afuera, va a salir satisfecho de alguna manera.
De comer
El menú ofrece lo que muchos miradores en Costa Rica presentan: una mezcla de comida típica, carnes, mariscos y algunos clásicos nacionales. Como entrada pedimos frijolitos molidos con patacones (¢3.700). Ellos en el menú los llaman “refritos”, probablemente pensando en el público extranjero.
Los frijoles tenían un buen punto de sal, sabrosos, con ese sabor que uno asocia a una cocina con experiencia o con alguna ayudita de salsa tipo Lizano. Los patacones estaban bien, tostados, aunque no con esa textura recién hecha que uno encuentra, por ejemplo, en algún restaurante del Caribe sur.
Como plato fuerte, yo pedí un corte de carne nacional de Don Fernando. Por ¢19.900 te sirven 250 gramos de carne, acompañada de puré de papa y vegetales salteados. No preguntaron si quería otra guarnición, ni ofrecieron alternativas; parece que ese es el combo estándar para todos los cortes. La carne vino en el punto de cocción correcto, y también tenía buena sal. Sin embargo, no me dejó con ganas de repetir. Tal vez por comparación, por haber probado cortes más memorables en otros lugares. El puré estaba bien, cremoso, cumple.
También probamos los camarones caribeños (¢16.600), acompañados de rice and beans y patacones. Aquí hay que hacer una pausa. Los camarones estaban bien, en buena cantidad, cocinados en una salsa caribeña que no era picante, sino más bien dulce.
Agradable, aunque no sorprendente. El problema fue el rice and beans. Lo que trajeron parecía más bien un arroz con frijoles pastoso, sin el perfil de sabor ni la textura que uno espera. Si ese era el antojo, mejor buscarlo en otro lugar y pedir otra cosa del menú aquí.
El servicio fue correcto, aunque hay detalles que se pueden afinar. Nos recibieron con amabilidad en la entrada, nos ubicaron rápido y el mesero llegó enseguida. Eso se agradece. Lo que no me encantó fue que el menú digital pareciera ser la única opción, tanto que tuve que pedir expresamente uno impreso.
Durante el servicio, el mesero trajo cada plato puntualmente, pero nunca volvió a preguntar si necesitábamos algo más, ni pasó para verificar cómo iba todo. Incluso, cuando retiró el plato fuerte, no ofreció el postre, tuvimos que llamarlo para pedirlo. Son detalles, sí, pero que se notan más cuando el restaurante no está lleno y hay personal disponible.
Pedimos el flan de la casa (¢3.200), con la receta de doña Moraima. Un postre que, más allá del sabor, también aporta historia. Y algo importante que debo destacar: todos los precios en el menú incluyen impuestos y servicio. Eso debería ser la norma en todos los restaurantes, pero sabemos que no siempre lo es. Aquí sí. Punto a favor.
Ram Luna es un restaurante que uno no visita solo por la comida. Es una mezcla de nostalgia, historia, paisaje y momentos. Es el tipo de lugar al que se puede llevar a una mamá, a una tía, a alguien que aprecie ese aire de antaño. También a un turista extranjero que quiera una buena panorámica del Valle Central. Volvería, sí, pero pediría otro tipo de plato. Tal vez un pescado o arroz con camarones. La experiencia lo merece.
📍 Dirección: De San José, 15 km al sur hasta Aserrí; de ahí, 5 km al sur, carretera a Tarbaca
📞 WhatsApp: 8381-3182
🌐 restauranteramluna.com
📲 Instagram y Facebook: @RestauranteRamLuna
🕒 Horario:
Lunes: cerrado
Martes a viernes: 5 p.m. a 10 p.m.
Sábados: 12 m.d. a 11 p.m.
Domingos: 12 m.d. a 9 p.m.